En un primer momento se pensaba que la relación entre la efectividad en una ejecución deportiva y el grado de activación mantenía una correlación directa, de forma que según aumentaba el nivel de activación mejores resultados se obtenían en la ejecución deportiva. Esto tal y como se presentaba en la teoría modificada por Spence & Spence en 1966 era debido a la relación que existía entre el “hábito correcto” desarrollado por el deportista y la dificultad que otros hábitos que no estuvieran bien adquiridos tendrían para poder ejecutarse ante altos niveles de activación, así la activación supondría un facilitador para las ejecuciones habituales del deportista.
En estudios posteriores como por ejemplo los realizados por Oxendine (1984), ponían de manifiesto que esta teoría lineal, solamente podía sostenerse ante actividades que supusieran la puesta en marcha de mecanismos de motricidad gruesa y donde intervinieran tareas de fuerza, resistencia y velocidad, y no en tareas donde intervinieran elementos como el equilibrio y la estabilidad. Otros autores como Martens y Landers (1970), Wood y Hokanson (1965), Babin (1966), Levitt y Gutin (1971) y Klavora (1979) han encontrado un patrón que se ajusta a lo que generalmente conocemos como el modelo de la U invertida, en distintas ejecuciones deportivas, de forma que hallamos ejecuciones pobres con bajos niveles de arousal, que mejoran a medida que dicha activación se incrementa, pero que una vez que sobrepasamos los niveles de activación óptimos, si seguimos aumentado la activación, aparece un decrecimiento en la ejecución. Este Patrón de U invertida tiene una “media óptima” diferente para distintos deportes, dependiendo de una serie de factores que hacen que dicha media se desplace a lo largo del nivel energético. Estos factores o elementos que intervienen en la modificación del patrón general serán analizados en los apartados siguientes:
Complejidad de la tarea
Cuanto mayor es la complejidad de la tarea a realizar, peor se toleran los altos niveles de arousal o peor realización encontramos a medida que el sujeto se ve sometido a mayores índices de estrés. Por dicha razón tendremos que procurar mantener al organismo en un estado anímico con un grado de relajación tal que dicho estado sea incompatible con la sensación de estrés.
La complejidad de la tarea puede estar determinada por distintos tipos de elementos como son los:
Relacionados con la toma de decisión
-
Número necesario de decisiones que hay que adoptar.
-
Mayor o menor cantidad de posibles alternativas a elegir dentro de cada decisión.
-
Combinación o confección de series de decisiones.
-
Velocidad necesaria en la toma de decisión.
Relacionados con la percepción estimular
-
Número de estímulos a discriminar (presentes y necesarios).
-
Intensidad de los estímulos a discriminar.
-
Similitud o diferencia entre los estímulos.
-
Tiempo de permanencia o duración de los estímulos.
-
Condiciones o ambiente estimular (ejemplo el ruido ambiental).
-
Modalidad de los estímulos relevantes (auditivos, visuales, térmicos, etc.).
Relacionados con la actividad motora
-
Cantidad de músculos implicados (grupos musculares).
-
Tipos de músculos implicados.
-
Cantidad de acciones coordinadas.
-
Precisión necesaria de las ejecuciones.
-
Equilibrio necesario y estabilidad.
-
Tiempo de mantenimiento del ejercicio motor.
-
Necesidad de psicomotricidad fina.
Focalización y atención a elementos “claves”
A medida que aumenta el nivel de arousal, se ve reducida la capacidad o espectro estimular de atención, dándose progresiva-mente una mayor relación y atención en aspectos “determinados” de la tarea. Si la activación es lo suficientemente alta, de forma que sobrepasemos el nivel óptimo, se reducirá tanto la capacidad de atención que el deportista no podrá atender incluso a los aspectos que resulten relevantes para dicha tarea. Según este factor atencional, por ejemplo la labor de un defensa de un equipo de fútbol, se verá menos afectada por el aumento de activación que la de un jugador que ocupe la demarcación de central, dado que la cantidad de elementos a evaluar es mayor en esta última posición de juego y por tanto la reducción del foco atencional implicará un detrimento en el nivel de efectividad. En el caso del Tiro con Arco, lo más normal es que la atención según se vaya reduciendo se focalice más en mantener el visor dentro de la diana, y se pierda en otros factores como el ritmo de apertura y transferencia o en una buena tensión de espalda… lo que hará disminuir la eficacia del tiro.
Aspectos individuales
De la misma manera que el nivel óptimo de arousal es distinto para cada deporte, encontramos que también depende de factores que son únicos para cada deportista. Entre estos factores podemos destacar:
-
Cantidad y tipo de experiencia previa.
-
Cantidad de práctica acumulada.
-
Tipo de hábitos desarrollados por el deportista.
-
Aspectos relativos a la personalidad del deportista.
-
Capacidad de percepción estimular.
-
Capacidad y condición física y psíquica.
DETECCIÓN DEL NIVEL DE ACTIVACIÓN
Para poder definir el nivel de arousal que un deportista tiene en un momento dado, es necesario acudir a un sistema de referencias desarrollado previamente. Estas referencias suponen la conexión entre las actividades habituales de la práctica específica de ese deporte y las señales o indicios fisiológicos y psicológicos que cada deportista muestra a lo largo de un continuo de actividad.
La detección del nivel de arousal debe llevarse a cabo desde dos perspectivas diferentes, la del propio deportista y la del entrenador.
Desde el punto de vista del deportista es importante que éste aprenda a reconocer los distintos estados energéticos propios en cada momento. Para ello debe reconocer y diferenciar las sensaciones propioceptivas internas y externas. Algunas de estas sensaciones o indicadores son:
-
Incremento de la tasa respiratoria.
-
Incremento del Ritmo Cardiaco.
-
Tasa cardiaca para cada nivel energético.
-
Boca seca.
-
Temblor muscular.
-
“Mariposeo en el estómago”.
-
Incapacidad para fijar los pensamientos.
-
Sudoración excesiva en la palma de las manos.
-
Aumento de la presión sanguínea.
Desde la perspectiva del entrenador es imposible acceder a las sensaciones propioceptivas del deportista, por lo cual tiene que desarrollar un sistema de detección indirecto. Este sistema debe desarrollarse en diferentes sesiones de entrenamiento definiendo algunos marcadores externos asociados a los cambios de activación del deportista bien sea a través de la observación directa como a través de autoinformes desarrollados por el interesado sobre las sensaciones que tiene en cada momento. Entre estos indicadores, podemos destacar:
-
Temblores musculares.
-
Cambios en la coloración de la piel (enrojecimiento o palidez).
-
Tics nerviosos.
-
Comportamientos poco habituales.
-
Rituales de conducta asociados a niveles de estrés.
-
Respiración excitada o nerviosismo manifiesto.
-
“Frases hechas” o expresiones verbales especiales.
-
Excesiva sudoración en la frente.
Estos indicadores solamente pueden ser manejables por parte del entrenador tras un largo período de práctica y experimentación, tras el cual se dará la suficiente compenetración entre deportista y entrenador, para que este último pueda decidir si es necesaria la aplicación de alguna técnica determinada de intervención para el control de la activación en un momento determinado del entrenamiento o de la competición.
Artículo de Alfredo Arias Pérez